23 Mar

Estrip Art, “Shangai experience 2” por Mela D.

Y en mayo, cuando el sol comenzó a calentar un poco más, fuimos testigo de otro nuevo fenómeno inesperado: las shangaiesas sacaron los paraguas a la calle… para protegerse del sol. Bien, más que “paraguas” debería decir “parasoles”, porque son diferentes de los paraguas para lluvia (aunque por desgracia ya no son como los clásicos, hechos de bambú y de papel, que conocíamos de las películas). Los que utilizan en primavera tienen el mango muy fino y son, sobre todo, de color rosa, blanco, azul celeste o lila pálido; casi siempre están rematados por una tira de encaje. ¿Por qué los usan? Porque cualquier china que se precie hará lo que sea para evitar que el sol le dé en la cara y la ponga morena: en China una piel morena es signo de trabajar en el campo, al contrario que en Europa. A pesar de que los códigos estéticos son, desde luego, muy distintos, como lo es también la constitución física (la piel de las chinas es mucho más delicada que la nuestra, en general), nosotros nos imaginamos que en un futuro no muy lejano los chinos, como lo hicieron los occidentales hace ochenta años, descubrirán que en realidad quienes se ponen morenos son los que pueden estar de vacaciones en lugar de trabajar. Pero de momento desde luego no es así, por lo que en las tiendas de cosmética es muy difícil encontrar un protector solar (¿para qué, si nadie toma el sol?), y en cambio abundan las cremas blanqueadoras para la piel de la cara y del cuerpo.

Lo cierto es que más que una mera curiosidad, el espectáculo de las muchachas y las señoras shangaiesas, siempre delgadísimas, paseándose por la calle bajo sus parasoles de colores, subidas a unos finos tacones y con el bolso de marca en la mano, es verdaderamente digno de verse, y creo que no puede compararse a nada que yo conozca en Europa. Para empezar, hay que decir que no se necesita estar mucho tiempo en esta ciudad para aprender a distinguir a los shangaieses auténticos de los inmigrantes que vienen del campo. (Y que son, por lo visto, unos tres millones, aunque como no tienen papeles para vivir en la ciudad no se sabe con certeza.) Los primeros tienen más dinero y un aspecto muchísimo más cuidado, en tanto que los segundos son invariablemente pobres y la elegancia no se cuenta, desde luego, entre sus preocupaciones. Además, los códigos estéticos chinos marcan la norma de que las chicas, cuanto más blancas y delicadas, más guapas; si a ello se suma la proverbial elegancia de los shangaieses (aunque los demás chinos tal vez dirían que la gente de aquí no es la más elegante, sino simplemente la más presumida del país…), y su gusto por los encajes, las transparencias y los frufús, la consecuencia es que cada tarde, por los centros comerciales y las calles de tiendas, bastaría con ponerse en una esquina para presenciar el desfile: por las calles circula un sinfín mujeres de largo pelo negro y aspecto fragilísimo, casi quebradizo, que más que andar parecen levitar sobre el suelo y se van abriendo paso entre las multitudes a un ritmo suave y exquisito, como si tuviesen cuerpos etéreos gracias a los cuales no tropiezan, vacilan ni se tambalean.