Tu última llamada
No existe amor más grande que regalar un gesto inmortal.
Tengo muchos, miles, millones. Me quedo con el último, casi el último. Podría enumerar como la tabla del dos y con los ojos cerrados (para no llorar) cada uno de tus gestos de protección, valentía, lucha, ética y, sobre todo, amor. Pucha si me enseñaste sin levantar carteles. Sin decir. Solo con detalles. Una especie de estrellita, chiquitita, con muchas puntas que calan profundo y se enciende en el alma, más o menos así, fueron tus sabidurías.
Podría contar cuando el corazón se me escapaba por la boca, a punto de partirse en dos, y mis lágrimas buscaban tu mirada y mi boca de niño asustado pedía por vos y ahí estabas. Siempre. Estoicamente parada. Disimulando tranquilidad. Soportando esa procesión que pasa por dentro. Sosteniéndome la mano, acariciando mi frente. Qué lindo era sentir tu mano en mi frente. Hasta que la medicina necesitaba dormirme para frenar ese potro desbocado a un paso de la muerte, que galopeaba en el medio de mi pecho. Siempre a mi lado. Nadie contra mi vieja, ni la muerte. Pensaba antes de cerrar mis ojos. Leer más